lunes, 11 de mayo de 2009

Las Julietas: ¿Un Uruguay que fue? Por Ana Laura Barrios (blog Entre Tablas)

“Lejana o no, la mitología sólo puede tener fundamento histórico, pues el mito es un habla elegida por la historia no surge de la “naturaleza” de las cosas.”
Mitologías, Roland Barthes. Pág. 200.

Marianella Morena arriesga y apuesta. Esa postura descontracturada (por tanto libre) y a su vez comprometida con la escena hace que sus puestas, frontales y honestas, encuentren desde la experimentación un lugar y un sentido. En Jaula de amor la directora inspirada por una noticia policial compuso un texto desde la escena, en el trabajo con los actores. Creó así, por tanto, un texto vivo más cerca de la innovación que del cliché. Con una forma de trabajo similar Las Julietas nació desde una idea que rondaba en su cabeza: abordar Romeo y Julieta desde el hoy. Nuevamente eligió a los actores para acompañarla en ese viaje, para poder, en conjunto, reconstruir un texto que vivía en el interior de cada uno. Bajo la guía y la idea original de Morena el grupo conformado por Santiago Sanguinetti, Alejandro Gayvoronsky, Leonardo Pintos y Claudio Quijano, reflexionó y creó desde los ensayos una puesta que dialoga con el clásico de Shakespeare en varias direcciones: directamente con fragmentos de su texto original e indirectamente con sus ecos y con los nuevos nexos e interpretaciones que se disparan desde el hoy. El puntapié definitivo cuajó desde una anécdota familiar: los abuelos de uno de los actores en los ’50, a la deriva y sin director, realizaron por el interior un varieté criollo basado en textos de Shakespeare. En ese punto, aparentemente distante, se inició el diálogo. Dos mitos se encontraron: la tragedia de Shakespeare que no pierde su vigencia, y las fórmulas de una forzada identidad nacional basada en hechos pasados y perdidos. Una puesta de actores en torno a un texto Los cuatro actores llegan a escena con poco vestuario. Se presentan despojados, con sus armas a cuestas: cuerpo y mente. Sobre el escenario toman sus trajes y comienzan a dar vida a sus personajes. En ese ambiente la directora los contiene y a su vez los libera: les brinda un espacio de seguridad pero sólo delimitado por pocos elementos escénicos. Lo que prima es su presencia, sus gestos, sus acciones, sus palabras. El juego que se multiplica desde el título de la obra es la develación de una identidad. En ese camino los actores son ellos y a su vez sus personajes: se construyen a sí mismos sobre el escenario. Así Sanguinetti y Quijano pueden enfrentarse por el origen italiano de sus propios apellidos o ser Only Delonely y Cittadino italiano. Las prometidas Julietas, mientras tanto, aparecen en historias desde su ausencia como los mitos que perpetúan hechos que no están presentes. Esa ambigüedad en la relación entre los personajes, esa indefinición que crece a lo largo de la obra desmorona una de las tantas leyendas enquistadas en la sociedad: el macho tano, tanguero, ganador ¿real o ficticio? ¿rol o etiqueta? ¿Romeo o Julieta? Desde situaciones cargadas de un humor irónico e inteligente se cuestionan varias verdades canónicas. Surgen así las capas que conforman una identidad erigida en base a mitos: ¿lo celeste como postura o como imposición? ¿Qué es ser celeste al final de cuentas? El mito se presenta desde su carácter imperativo, universal, donde todo se vuelve parte de él, un diálogo se repite: “todo celeste, el perro celeste…” Los personajes ironizan (a modo de charla que puede ser la de unos amigos en la barra de un bar) en torno a premisas arraigadas y arrastradas de una década que no permite avanzar. Sus fuerzas chocan entre el querer conservarlas y el intentar desecharlas. Sobre la escena aparecen los mil modos de representarla en un juego constante con la memoria: desde una canción popular a un rol social (la historia del blandengue, la del gaucho) La sensación desde el discurso es que en esa identidad sólo quedan las formas, mientras el pasado se evapora: ”Uruguayos campeones de América y del mundo…”, suena y se repite a coro hasta agotarse. Según afirma Barthes en su análisis: “Por más paradójico que pueda parecer, el mito no oculta nada: su función es la de deformar , no la de hacer desaparecer.”(1) Así la permanente invocación a la memoria, con su letargo y su visión fragmentada ironiza e intenta reconstruir las bases del mito: su transmisión oral a la vez que muta, deforma. Así como la historia shakespereana, el Uruguay del ’50 con el paso del tiempo toma un tinte utópico. La primera una historia de amor contada de boca en boca, que excede a su autor y se ubica en un status idealizado. La segunda una identidad totalizadora que todo lo agobia, resumida en el color celeste como el tópico ideal. Desde el humor se teje un doble juego entre el acercamiento y la distancia creativa, que descubre y a la vez cuestiona esos mitos. Esas antiguas historias en su carácter mitológico pueden adquirir cierto vuelco sagrado e intocable y, paradójicamente, también ser consideradas falsas y poco creíbles. El paralelismo que se establece entre ambas no parece tan desacertado: una historia de amor ideal con final trágico que dialoga con una parte de la historia de un Uruguay... ¿qué fue?


(1) Barthes, Roland. (2003). Mitologías. Argentina:Siglo XXI Editores. Pág.213.



Ana Laura Barrios.

Fuente: Blog Entre Tablas,

sábado, 9 de mayo de 2009

Verona celeste. Por Javier Alfonso (Semanario Búsqueda)

Marianella Morena siempre se las ingenia para sorprender seducir y conquistar a unos cuantos y escandalizar a otros tantos. Como Mariana Percovich con “Bodas de sangre”, el año pasado, Las julietas, su reciente estreno, divide las plateas entre quienes la aman y aplauden de pie, y quienes la odian y se van de la sala refunfuñando la bronca acumulada. “Esto no es Lorca”, aseguraban el año pasado. “¿Qué tiene que ver Shakespeare con esta payasada?, se preguntan hoy. Por lo general quienes disfrutan, celebran, recomiendan y hasta vuelven a verla otra vez, son jóvenes. Es más, en buena parte, el creciente retorno de la juventud a las salas teatrales montevideanas, se debe a este tipo de propuestas, que presentan textos magistrales leídos con lucidez sobre las tablas, acompasados a los tiempos y formas de hoy. Como es de esperar, el rechazo proviene generalmente de la porción más tradicional y conservadora del público teatral montevideano, reticente a estas relecturas o adaptaciones contemporáneas de grandes clásicos. Sin embargo, se suele olvidar que justamente la principal virtud que convierte a una obra en un clásico es su capacidad de dialogar con el presente. Las julietas, estrenada el 15 de abril en La Candela, encaja a la perfección en la obra de Morena, que mantiene una coherencia estética singular en la escena local. Como es habitual, Morena elige una temática conocida y la reinterpreta, la pone a dialogar con su tiempo. Ya lo hizo con el mito de Don Juan en “Don Juan, el lugar del beso”, con Florencio Sánchez en “Los últimos Sánchez”, con “El furgón de los locos”, de Carlos Liscano, en “Resiliencia”, obra que permitió a Álvaro Armand Ugún hacer el mejor papel de su carrera. Ahora es el turno de Shakespeare, que inspiró a Morena con “Romeo y Julieta”, mezclado aquí con el Uruguay del siglo XX. En la década de 1950 un grupo de jóvenes actores aficionados, conocidos como “Las julietas”, recorre el Interior del país con una representación criolla de “Romeo y Julieta”. Hoy sus hijos, nietos y sobrinos descubren la historia y la cuentan, al tiempo que demuestran, en la práctica, algunas de las formas de representación cercana al varieté que dominaban la escena popular en esos tiempos, asociada a la tradición carnavalera de murgas, comparsas y viejas troupes. Lo cierto es que Alejandro Gayvoronsky, Santiago Sanguinetti, Claudio Quijano y Leonardo Pintos se despachan con un desparpajo inusitado y sacan adelante una de las comedias más graciosas de los últimos tiempos. Los cuatro exhiben una química perfecta para el humor verbal, gestual y corporal en todas sus diferentes escalas. Los cuatro logran, sin más recursos que sus propios cuerpos —más alguna escasa ayudita técnica—, que la platea ingrese en esa zona misteriosa donde hasta el chiste más pavo, o la mueca más pequeña, detonan una nueva carcajada. Los cuatro surfean como verdaderos expertos ese mar que los lleva en un segundo de la calma al frenesí de estar en medio de una ola de palabras, piernas, brazos y caras entreveradas. Los cuatro revelan detrás suyo una dirección ejemplar, que deja espacio a la creación espontánea del intérprete, lo cual, en este caso, se agradece sobremanera.“Romeo y Julieta” entra y sale de este nuevo fresco sobre la identidad uruguaya, lleno de dichos y frases comunes, pero que el paso del tiempo no alcanza a debilitar. Por momentos ellos son Montescos y Capulettos celestes entreverados en pasiones criollas relacionadas con la virilidad, la sangre europea que aún corre por esas venas, el amor a la patria y a sus tradiciones, con el color celeste —estampado hasta en los calzoncillos del cuarteto— como su síntesis paradigmática. Todo ilustrado con tangos, malambos, milongas, canzonettas y hasta con los célebres versos de “Los Orientales”, escritos por Idea Vilariño y entonados por Los Olimareños. Nadie mejor que Morena puede explicar este concepto: “Hacer teatro es perderle el miedo al tiempo, entrar en el presente y dialogar con él. Mi intención es dialogar con los clásicos. Universales y nacionales. Dialogar quiere decir: escuchar lo que dicen y responderle desde este Uruguay en este momento. El teatro es presente: la función. Es el pulso más cercano al presente. Nos interesa decir quiénes somos, pero nos interesan mucho los que perduran en el tiempo con la palabra dramática. ¿Cómo dialogar? ¿Cómo negociar? ¿Cómo amar sin invadir ni colonizar ni perturbar ni maltratar ni ofender ni violar?”, se pregunta. “Dialogando”, se responde. “El hoy es diálogo. El presente histórico y político habla de diálogo, de negociación, de conciliación, de no confrontación, de encontrar los mecanismos de entendimiento. Esa es nuestra intención con Romeo y Julieta. Y lo hicimos”. Los miércoles y jueves en La Candela, el espectador podrá poner a prueba esta afirmación. Aplaudirá o se irá con cara larga. Pero seguro que en las horas siguientes no pensará en otra cosa.

Javier Alfonso.

Fuente: Semanario Búsqueda.