Hacer teatro es perderle miedo al tiempo, entrar en el presente y dialogar con él.
Es trabajar en coherencia con los destinos económicos y humanos: corazón, presupuesto y confianza, porque sin fe no hay entrega y sin entrega no hay escena.
Somos éstos: pobres, latinoamericanos, artistas del SXXI, sólo con preguntas, determinados por la urgencia, la ironía, el deseo y la necesidad de decir: somos y estamos en este lugar del mundo. Somos con el yo a solas, con el nosotros y con el ustedes. Somos todos.
Hacer teatro es elegir, pero elegir no es solamente elegir el texto, el equipo, la estética, la sala. Elegir es opinar arriba del escenario, ese es el discurso del creador: acción escénica.
Que lo real sea la poética, que la poesía sea el sudor del actor en cada función, y que el humor nos guíe, porque sin él la libertad no tiene sentido. Que nuestro horizonte sea nuestro, que podamos verlo y no marearnos con otros horizontes, porque lo propio es nuestro y hay que apropiarse de lo propio y amarlo hasta no poder más.
Después nadie sale igual, los que estamos de un lado y del otro, porque cuando sucede el acontecimiento, todos trabajamos, nos emocionamos, y dialogamos en un mismo instante, cosa inverosímil para la velocidad actual.
Hacer teatro es dialogar: Shakespeare, Uruguay, y nosotros: cuerpos portadores de la duda, ¿representar o ser? ¿Quién decide el orden, la angustia, el hambre, el amor, el personaje, el conflicto? Dialogamos.
Hacer teatro es apostar sabiendo que vas a perder, porque ser artista es ser perdedor, no el perdedor de una competencia, el perdedor que todos queremos ser: perdedor para afuera y ganador para adentro: poner el corazón celeste, bien celeste. Un celeste teatral para nuestro corazón.
Hacer teatro es preservar la pureza. Capital necesario para la salud y la supervivencia espiritual: aquella riqueza no distribuida en el mercado.
A mis actores, por ser portadores de ese tesoro.
Marianella Morena
Somos éstos: pobres, latinoamericanos, artistas del SXXI, sólo con preguntas, determinados por la urgencia, la ironía, el deseo y la necesidad de decir: somos y estamos en este lugar del mundo. Somos con el yo a solas, con el nosotros y con el ustedes. Somos todos.
Hacer teatro es elegir, pero elegir no es solamente elegir el texto, el equipo, la estética, la sala. Elegir es opinar arriba del escenario, ese es el discurso del creador: acción escénica.
Que lo real sea la poética, que la poesía sea el sudor del actor en cada función, y que el humor nos guíe, porque sin él la libertad no tiene sentido. Que nuestro horizonte sea nuestro, que podamos verlo y no marearnos con otros horizontes, porque lo propio es nuestro y hay que apropiarse de lo propio y amarlo hasta no poder más.
Después nadie sale igual, los que estamos de un lado y del otro, porque cuando sucede el acontecimiento, todos trabajamos, nos emocionamos, y dialogamos en un mismo instante, cosa inverosímil para la velocidad actual.
Hacer teatro es dialogar: Shakespeare, Uruguay, y nosotros: cuerpos portadores de la duda, ¿representar o ser? ¿Quién decide el orden, la angustia, el hambre, el amor, el personaje, el conflicto? Dialogamos.
Hacer teatro es apostar sabiendo que vas a perder, porque ser artista es ser perdedor, no el perdedor de una competencia, el perdedor que todos queremos ser: perdedor para afuera y ganador para adentro: poner el corazón celeste, bien celeste. Un celeste teatral para nuestro corazón.
Hacer teatro es preservar la pureza. Capital necesario para la salud y la supervivencia espiritual: aquella riqueza no distribuida en el mercado.
A mis actores, por ser portadores de ese tesoro.
Marianella Morena
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