sábado, 9 de mayo de 2009

Verona celeste. Por Javier Alfonso (Semanario Búsqueda)

Marianella Morena siempre se las ingenia para sorprender seducir y conquistar a unos cuantos y escandalizar a otros tantos. Como Mariana Percovich con “Bodas de sangre”, el año pasado, Las julietas, su reciente estreno, divide las plateas entre quienes la aman y aplauden de pie, y quienes la odian y se van de la sala refunfuñando la bronca acumulada. “Esto no es Lorca”, aseguraban el año pasado. “¿Qué tiene que ver Shakespeare con esta payasada?, se preguntan hoy. Por lo general quienes disfrutan, celebran, recomiendan y hasta vuelven a verla otra vez, son jóvenes. Es más, en buena parte, el creciente retorno de la juventud a las salas teatrales montevideanas, se debe a este tipo de propuestas, que presentan textos magistrales leídos con lucidez sobre las tablas, acompasados a los tiempos y formas de hoy. Como es de esperar, el rechazo proviene generalmente de la porción más tradicional y conservadora del público teatral montevideano, reticente a estas relecturas o adaptaciones contemporáneas de grandes clásicos. Sin embargo, se suele olvidar que justamente la principal virtud que convierte a una obra en un clásico es su capacidad de dialogar con el presente. Las julietas, estrenada el 15 de abril en La Candela, encaja a la perfección en la obra de Morena, que mantiene una coherencia estética singular en la escena local. Como es habitual, Morena elige una temática conocida y la reinterpreta, la pone a dialogar con su tiempo. Ya lo hizo con el mito de Don Juan en “Don Juan, el lugar del beso”, con Florencio Sánchez en “Los últimos Sánchez”, con “El furgón de los locos”, de Carlos Liscano, en “Resiliencia”, obra que permitió a Álvaro Armand Ugún hacer el mejor papel de su carrera. Ahora es el turno de Shakespeare, que inspiró a Morena con “Romeo y Julieta”, mezclado aquí con el Uruguay del siglo XX. En la década de 1950 un grupo de jóvenes actores aficionados, conocidos como “Las julietas”, recorre el Interior del país con una representación criolla de “Romeo y Julieta”. Hoy sus hijos, nietos y sobrinos descubren la historia y la cuentan, al tiempo que demuestran, en la práctica, algunas de las formas de representación cercana al varieté que dominaban la escena popular en esos tiempos, asociada a la tradición carnavalera de murgas, comparsas y viejas troupes. Lo cierto es que Alejandro Gayvoronsky, Santiago Sanguinetti, Claudio Quijano y Leonardo Pintos se despachan con un desparpajo inusitado y sacan adelante una de las comedias más graciosas de los últimos tiempos. Los cuatro exhiben una química perfecta para el humor verbal, gestual y corporal en todas sus diferentes escalas. Los cuatro logran, sin más recursos que sus propios cuerpos —más alguna escasa ayudita técnica—, que la platea ingrese en esa zona misteriosa donde hasta el chiste más pavo, o la mueca más pequeña, detonan una nueva carcajada. Los cuatro surfean como verdaderos expertos ese mar que los lleva en un segundo de la calma al frenesí de estar en medio de una ola de palabras, piernas, brazos y caras entreveradas. Los cuatro revelan detrás suyo una dirección ejemplar, que deja espacio a la creación espontánea del intérprete, lo cual, en este caso, se agradece sobremanera.“Romeo y Julieta” entra y sale de este nuevo fresco sobre la identidad uruguaya, lleno de dichos y frases comunes, pero que el paso del tiempo no alcanza a debilitar. Por momentos ellos son Montescos y Capulettos celestes entreverados en pasiones criollas relacionadas con la virilidad, la sangre europea que aún corre por esas venas, el amor a la patria y a sus tradiciones, con el color celeste —estampado hasta en los calzoncillos del cuarteto— como su síntesis paradigmática. Todo ilustrado con tangos, malambos, milongas, canzonettas y hasta con los célebres versos de “Los Orientales”, escritos por Idea Vilariño y entonados por Los Olimareños. Nadie mejor que Morena puede explicar este concepto: “Hacer teatro es perderle el miedo al tiempo, entrar en el presente y dialogar con él. Mi intención es dialogar con los clásicos. Universales y nacionales. Dialogar quiere decir: escuchar lo que dicen y responderle desde este Uruguay en este momento. El teatro es presente: la función. Es el pulso más cercano al presente. Nos interesa decir quiénes somos, pero nos interesan mucho los que perduran en el tiempo con la palabra dramática. ¿Cómo dialogar? ¿Cómo negociar? ¿Cómo amar sin invadir ni colonizar ni perturbar ni maltratar ni ofender ni violar?”, se pregunta. “Dialogando”, se responde. “El hoy es diálogo. El presente histórico y político habla de diálogo, de negociación, de conciliación, de no confrontación, de encontrar los mecanismos de entendimiento. Esa es nuestra intención con Romeo y Julieta. Y lo hicimos”. Los miércoles y jueves en La Candela, el espectador podrá poner a prueba esta afirmación. Aplaudirá o se irá con cara larga. Pero seguro que en las horas siguientes no pensará en otra cosa.

Javier Alfonso.

Fuente: Semanario Búsqueda.

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