domingo, 10 de enero de 2010

Entrevista a Marianella Morena. Ética y subversión (Caras y Caretas)

Don Juan, Los últimos Sánchez, Resiliencia y Las Julietas, obras dirigidas por Marianella Morena, están entre los espectáculos más impactantes de la década. Es una de las artistas más removedoras de la escena montevideana, junto a Gabriel Calderón, María Dodera y Roberto Suárez.

B.L.
Directores de escena como Mariana Percovich, María Dodera, Roberto Suárez y Alberto Rivero marcaron a fuego el teatro uruguayo en la década pasada. Trajeron una necesaria renovación, montaron sus espectáculos en espacios no convencionales, provocaron con una estética estridente, estrenaron textos de una necesaria nueva dramaturgia -en primer caso argentina, presentando nombres como Spregelburd y Tantanian- y de europeos contemporáneos como Koltés, Müller y Tabori. Esa fermental generación hizo escuela en esta década, en la que surgieron grandes artistas como Gabriel Calderón, Marianella Morena y Santiago Sanguinetti, pero estos nuevos directores probaron también con dramaturgias propias o bien cercanas. Aunque de una generación intermedia, el ejemplo de Morena es el de una personalidad teatral muy potente, que si bien debutó como directora en esta década con la impactante Don Juan está a mitad de camino entre una nueva sensibilidad -más lanzada y provocativa- y su evidente cercanía con la generación de la posdictadura. Más allá de las palabras y los conceptos, lo importante es también la obra, que en el caso de Morena incluye una relectura nihilista de Sánchez con una actuación antológica de Alberto Restuccia, o bien el delirante camino abordado por el elenco de Las Julietas para satirizar y vampirizar a la siempre tan conservadora y pacata identidad uruguaya.

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La nueva generación de directores apela a una dramaturgia propia o cercana, de autores uruguayos... ¿Por qué creés que se da esa tendencia, que es ciertamente opuesta a la necesidad de mirar hacia afuera de la generación de los 90?

El teatro uruguayo necesita tener identidad y para eso necesita fortalecerse y mirar para adentro, trabajar sobre nuestra realidad y poner todo el esfuerzo en potenciar y desarrollar un lenguaje propio. Eso sólo se da con confianza en los creadores en sus distintos ámbitos: formación, debate, reflexión, producción, investigación, publicación, experimentación multidisciplinaria y un conocimiento profundo sobre quienes somos y de donde venimos. Para que eso suceda debe entrenarse a los artistas de la escena y a sus públicos, para que la ética no se cristalice únicamente en la ética del artista y su disciplina, y para que la ética tenga una permanente reformulación, adaptándose a los cambios imperantes por las nuevas generaciones.

¿Cómo imaginás esa reformulación ética?

Habría que preguntarse primero cuál es la misión del teatro uruguayo, y también cómo se ubica el rol del director en el teatro uruguayo... Yo creo que el objetivo es que el teatro esté vivo en su contexto, con sus parámetros, con su realidad, con su economía y con sus problemas, sus debilidades y sus fortalezas. Para que eso suceda la independencia ideológica es fundamental, la independencia artística es indispensable para colocarnos en un lugar de producción real y no siguiendo las líneas de sucursales ambulantes del “gran teatro”. Todo el teatro es político. Si yo hago un Chéjov, un Shakespeare o un Sófocles, tal cual son, es una actitud política: donde decido, elijo, priorizo poner en primer lugar, poner por encima de todo al autor y ser conciente y responsable sobre lo que desencadena, la multiplicación que implica y la legitimación de un discurso: le rindo homenaje y me someto a su disciplina ideológica.

En varios de tus espectáculos trabajás sobre dramaturgias anteriores, para reelaborarlas: Moliere en Don Juan, Florencio en Los últimos Sánchez...

En mi primera experiencia de reescritura con el Don Juan de Molière, que tampoco era totalmente de él, la primera fidelidad que establecí con el autor fue con el motor de la escritura. Ir por la pulsión atravesando un lenguaje caduco y perimido para nosotros, pero adentro de este lenguaje todavía latía el pulso original. Esa es la fidelidad, el resto es contexto histórico que pauta cómo, con qué palabras, estructuras y modalidades debe escribirse... ¿Para quién trabajamos ? ¿Para Shakespeare o para nuestros creadores y nuestro público? ¿Qué estamos diciendo por debajo si no se pueden tocar los textos? Saber quienes somos, qué estamos haciendo, por qué estamos haciendo lo que estamos haciendo, variar el ejercicio, la mirada, el punto de vista, el vínculo. En el arte no se puede decir "esto está vencido, o es tóxico, o los nuevos avances hablan de tal cosa", como pasa en la ciencia, y se termina la discusión. En el arte lo único que se tiene a favor o en contra, es el tiempo. El tiempo que le lleva a una sociedad asimilar lo nuevo, comprender que hay cosas que ya no funcionan más... esa resistencia en Uruguay está consolidada por franjas que se apoderan de la voz y la convierten en la voz de todos aunque no sea representativa. Aunque hay esquemas anticuados, donde se sigue creyendo que el teatro es representación de un texto, hoy lo que se discute en los ámbitos de formación, creación y experimentación es la vida de la escena. Eso marca el antes y el después. Antes se montaba una obra a través de la elección de un texto, luego se hacía el reparto adecuado. Yo no elijo más actores para los personajes; primero el actor y desde el actor elijo el personaje. Trabajo con la realidad que determina un modelo, porque el personaje no es una meta, el personaje nace del actor. ¿El actor trabaja para Hamlet, o Hamlet trabaja para el actor?

¿Cuál sería la pregunta esencial de un director de escena contemporáneo?

Director te hace el actor, te hace la palabra que crece en el actor, te hace el espacio que habita el actor cuando la luz revela otra dimensión, cuando el material escénico vibra como pieza única e independiente. Ellos son los que dan el título y la autoridad. ¿Cómo se organiza el mundo del creador de la escena? ¿Qué antecede a su creación? ¿Cómo se habita la realidad y convive con la creación? ¿Cómo convive lo subjetivo con lo concreto de la producción, y la independencia para desarrollarse en el estilo personal y tener autoría? ¿Cómo se es director de escena teatral en Uruguay? ¿Cuál es la diferencia entre un artista y otro que hace cosas? La creación es una construcción responsable entre la subjetividad y la realidad. Una tensión entre sobrevivir y ser, para nunca dejar de ser, aunque no se pueda sobrevivir, aunque la sensibilidad y la realidad no coincidan y nos aturda la convivencia. Se debe ser cada día más vulnerable a la realidad ajena y a la propia, y cada día más fuerte para proteger esa vulnerabilidad. La desesperación, el riesgo, el deseo de crear lenguaje, de tener identidad, que lo propio sea compartido y que el lenguaje creado pueda ser dialogado entre las partes: eso determina a un artista. Después están los resultados, que pueden estar descontextualizados de tiempo, historia, realidad, circunstacias, demasiado adelantado o con pocas herramientas para el público que recibe la obra. No me entusiasman los resultados puntuales, me entusiasma la búsqueda permanente. Un artista es quien se construye y se destruye a sí mismo.

¿Cuáles son los grandes desafíos del teatro uruguayo contemporáneo?

Muchos. Primero ordenar lo que hay. Segundo, tener más autonomía, autoestima para no depender de lo que los otros digan sobre nuestro trabajo. Crear redes de artistas para tener un lugar común para exponer el trabajo y el pienso sobre el trabajo. Reflexionar, sistematizar y debatir más sobre nuestro presente, fuentes, disparadores, y el ojo sobre nosotros. Construir una plataforma propia que comunique desde el creador. Tener mayor inserción en el panorama de las artes escénicas internacionales. Tener mayores espacios de encuentro para crear, intercambiar, no enfrentarnos sino sumar puntos de vista, que varios directores dirijan una misma obra, que la diversidad de luz y no contradicción, que la diferencia sume y no espante o de pelea como era antes. Nuestra riqueza radica en eso: somos todos distintos, qué bueno.
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¿Es posible equilibrar el apoyo a los artistas emergentes con el repecto a la tradición y el legado de viejas escuelas?

Ni el cine, ni la tele, ni el dvd, ni el cable mataron el teatro, por lo tanto nada lo matará porque es único y eso es algo que se ha entendido. No compite. Es único en su especie. Lo contemporáneo es eso; comprender el valor de lo que se tiene, no pretender ser otra cosa, no desear lo ajeno. Esa comprensión de que lo otro, lo importado, era mejor, está cayéndose a pedazos, porque naturalmente impera la esencia y la identidad. Para luego conciliar, negociar y aceptar las formas estéticas y políticas de expresión y comunicación, y esa es la etapa más dura y agresiva entre la lucha del joven y el viejo, pero esa es la historia de la humanidad, del hombre y del animal. No es cuestión de ir contra nadie, tampoco contra la naturaleza. Siempre ha sido así y sigue siendo así: el joven quiere matar al viejo y lo puede vencer por vigor, pero el viejo lo vence por zorro. Los dos son tigres peleando por lo suyo, no hay inocentes... a los inocentes los mató Herodes. Eso hace también que cada vez se piensen sistemas más sofisticados para sobrevivir.

Fuente: Caras y Caretas, diciembre 2009.

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